


Antropogeografía, Espacios de la maravilla, Psicotopología, Visionary environments, Zonas Autonomas...
El progresivo crecimiento de los edificios, sin embargo, respeto un único espacio: el templo Tin Hau, construído en 1951 y situado en el centro de la ciudad. Dicho templo perdió progresivamente todo atisbo de luz solar a medida que los edificios crecían a su alrededor, hasta que tuvieron que protegerlo con una rejilla para impedir que cayera basura sobre el mismo.
Las únicas dos normas de construcción eran la ya conocida del límite de altura y una segunda norma que establecía que la instalación eléctrica estuviera al descubierto para poder poder abordarla en caso de incendio, dando lugar a una maraña de cables y tuberías que cruzaban todas las calles de la ciudad e impedían el paso de la ya de por sí escasa luz solar que recibían.
En cuanto al suministro de agua, ocho puntos de agua proveían a la totalidad de la población, cortesía de las autoridades de la vecina Hong Kong...
...En 1991 comienzo a desalojarse la ciudad, que por aquel entonces había alcanzado la impresionante cifra de 50.000 habitantes. Esto arrojaba una densidad de población de 1.900.000 habitantes por kilometro cuadrado, convirtiendo a la antigua Kowloon en la ciudad más densamente poblada de la historia de la humanidad.
Para que os hagáis una idea de lo que esto significaba, la densidad de población de Nueva York es de 91 personas por hectárea. La de Kowloon, en comparación, era de 13.000 personas por hectárea...
Buena info tambien aqui; http://www.ionlitio.com/2007/09/14/kowloon-la-ciudad-sin-ley/
Pese a estar enterrado en el Panteón Nacional, hoy apenas se le recuerda. Aventuraré un motivo para el olvido: McGregor no sólo era un maestro masón con grados recolectados de Glasgow a Londres y un guerrero capaz de derrotar a cuanto batallón español se le pusiera en frente; McGregor era, además, un arriesgado, perseverante e ingenioso estafador.
En rigor, la participación de McGregor en la guerra contra España no abarca mucho más que un escaso lustro. Enterado de la rebelión mientras estudiaba en Edimburgo, llega a Venezuela en 1811 y lucha al lado de los patriotas, pero ya en 1817 está envuelto en la creación de Las Floridas, una república de ensueño en la isla Amelia, al noreste de Florida, que nace de un equívoco: McGregor llega a la isla el 29 de junio con apenas ochenta hombres, pero la jerarquía española supone que se trata de la avanzada de un contingente mucho mayor y se rinde sin oponer resistencia.
En su naciente república, McGregor funda una democracia que ostenta una orgullosa bandera con una cruz verde como emblema. Crea instituciones; se distingue como un gobernante justo; obtiene recursos bajo la promesa de que, liberada toda la Florida, los proveedores serían bien recompensados.
Pero comete un temprano error. Otorga patentes de corso a varios capitanes, quienes no tardan en darse cuenta de que la captura de barcos españoles, y el consecuente remate de los bienes que en ellos se transportaban, era una verdadera mina. Recaen sobre McGregor las sospechas de que no es más que un simple charlatán que desea enriquecerse mediante la piratería. Poco más de dos meses durará su gobierno; su república le sobrevivirá hasta diciembre, cuando es ocupada por fuerzas norteamericanas.
McGregor conocerá una breve tregua triunfal antes de tomar el definitivo camino del engaño. En 1819 expulsa a los españoles de Panamá. Tras un episodio posterior en Riohacha, donde se nombra a sí mismo “Inca de la Nueva Granada”, está en la isla de Margarita en 1820, cuando es designado diputado ante el Congreso Constituyente de Cúcuta, cargo que no llega a asumir pues se va a Centroamérica. Y es aquí donde comienza su verdadera historia.
n algún momento de ese año, McGregor llega a Londres presentándose como cacique o príncipe de Poyais, un pretendido principado que acababa de establecer, instituciones y fuerzas armadas incluidas, en la Costa de Mosquito, Nicaragua, con 32.500 kilómetros cuadrados que le habría concedido el rey local George Frederick.
Deslumbrados por este particular cacique escocés casado con una prima de Bolívar, que no dejaba de hablar de su heroísmo al lado de los prohombres latinoamericanos, los ingleses recibieron con honores al príncipe de Poyais. Christopher Magnay, principal autoridad de Londres, le dedicó una recepción oficial a quien, por otro lado, se decía descendiente del gran Rob Roy McGregor.
Nombra embajador de Poyais al mayor William John Richardson, quien lo hospeda en su palacio de Essex. Juntos crean la Embajada de Poyais en el centro de Londres, antecesora de otras dos en Edimburgo y Glasgow, y organizan suntuosas veladas plenas de diplomáticos, militares y gobernadores. Empiezan a vender las tierras del principado al atractivo precio de 3 chelines y 3 peniques por acre. En 1822, McGregor recibiría un préstamo de 200.000 libras para ayudar al fortalecimiento de su principado.
¿Nadie sospechó? Probablemente sí, y por ello ese mismo año el cacique de Poyais publicó la guía de la Costa de Mosquito, que en 350 páginas describía las bellezas (y muy especialmente las riquezas) naturales de su región. Minas de oro y plata, prados preñados de fertilidad, la extraña fortuna de no ser un territorio afectado por tormentas tropicales y una capital, Saint Joseph, fundada por colonos británicos (¡quizás parientes vuestros!), tales maravillas esperaban con los brazos abiertos a quienes se atrevieran a fundar una nueva sociedad. Esto y más era descrito en ese libro, cuyo autor obviamente no podía ser el hábil McGregor, sino un tal capitán Thomas Strangeways. La única copia de esa guía de que se tiene conocimiento en la actualidad fue adquirida por el periodista David Sinclair, y fue una de sus fuentes para La tierra que nunca existió, un exhaustivo estudio sobre el que ha sido llamado el mayor fraude de la historia.
La historia completa, perfectamente narrada y historiada (gracias por la info); http://jorgeletralia.blogsome.com/2007/01/09/de-por-que-olvidamos-al-general-mcgregor/
En 1964, el ingeniero italiano Giorgio Rosa pidió permiso para probar una nueva técnica para la construcción de una gran plataforma de 400 m² sostenida por nueve torres apoyadas sobre el lecho marino. La instalación fue construida y se abrieron sobre ella algunos establecimientos comerciales, incluyendo un restaurante, un bar, una discoteca, una tienda de recuerdos y una oficina postal.
La isla artificial declaró su independencia el 1 de mayo de 1968, con el nombre en esperanto de "Insulo de la Rozoj". Subsecuentemente se creó una bandera y fueron emitidas estampillas y moneda.
El gobierno italiano vio estas acciones como una táctica para obtener dólares del turismo sin pagar los impuestos estatales. Sea o no ésta la razón real de la creación de esta micronación, la respuesta del gobierno italiano fue rápida y contundente: dos carabinieri y dos inspectores de hacienda desembarcaron en la Isola delle Rose y asumieron el control. Se dice que el Concejo de Gobierno de la plataforma envió un telegrama al gobierno italiano para protestar por la "violación de su soberanía y el daño infligido al turismo por la ocupación militar", pero el mensaje fue ignorado. Más tarde, la Armada italiana destruyó la instalación con explosivos; acto que sería retratado en estampillas postales emitidas por el gobierno en el exilio de Rosa.
(Info buena; http://it.wikipedia.org/wiki/Repubblica_Esperantista_dell%27Isola_delle_Rose )
1. No pensar que era un barón, sino que Barón es el primer apellido y Biza el segundo. Barón Biza. De Argentina acaba de llegarme un documental de televisión sobre el extraño caso de este señor. Había yo escrito hace unos años sobre él porque siempre me intrigó y al mismo tiempo horrorizó su historia. Y ahora, en mi último viaje a Argentina, conocedores de mi antiguo interés por el señor Barón Biza, vinieron unos periodistas al hotel a anunciarme que, lo más pronto posible, pensaban enviarme a Barcelona el reportaje que sobre el enigmático Raúl Barón Biza habían realizado para un canal de la televisión bonaerense.
Ayer estuve viendo la historia filmada de este perverso caballero, perfectamente descrita en el documental, lo que me ha permitido ampliar conocimientos sobre el extraño caso que hace unos años descubrí casualmente en Internet y que me llevó a escribir un artículo (con los cuatro apresurados datos que encontré en la Red) y, como consecuencia del mismo, a recibir llamadas y cartas de los más variados lectores argentinos que querían que les ayudara a divulgar en España la existencia de la insólita novela, El desierto y su semilla, que escribiera en 1999 Jorge, el no menos enigmático hijo de Barón Biza.
Ausente de todos los diccionarios -parece que era un escritor escandaloso pero muy mediocre-, en Internet se dice de Raúl Barón Biza que fue famoso en su época, en los años treinta del siglo pasado, por su "delirio provinciano, macabrismo (sic), extrema misoginia, misantropía, decadentismo y marginalia (sic)". Creo que se quedaron cortos a la hora de definirlo. Era el hijo único de un terrateniente multimillonario de la ciudad argentina de Córdoba. Se casó en primeras nupcias con la bellísima e intrépida Myriam Steford, una extranjera que pilotaba avionetas y sobrevolaba con ellas las infinitas posesiones cordobesas del padre de su marido. La joven aviadora se estrelló bien pronto, y fue a hacerlo precisamente en los inmensos jardines de su propia casa. La avioneta se hundió, con una verticalidad asombrosa, en la hierba recién mojada por la lluvia de aquel intempestivo día. Se hundió en el centro mismo de la finca familiar, y el desconsolado y raro marido mandó construir, en homenaje a la bella difunta y en el lugar mismo donde había caído el avión, un obelisco de más de ocho metros de altura, en cuyos sótanos -el documental pasea por ellos y parecen la tumba de un faraón- se dice que enterró todas las joyas de la muerta. Aunque la finca ya no es de los Barón Biza, el extraño obelisco pueden verlo hoy todavía cuantos circulan por la carretera provinciana que une la ciudad de Córdoba con Alta Gracia.
En segundas nupcias, Barón Biza -que mientras tanto no paraba de publicar escandalosas novelas "sexualmente satánicas"- se casó con la bellísima Clotilde Sabattini, jovencita de la alta sociedad argentina e hija de un notable político cordobés que (debió de ver enseguida algo raro en Barón) se opuso férrea e inútilmente a la boda. Barón la secuestró y después, en un descuido paterno, se casó con ella. Tuvieron tres hijos. Un día, en un desproporcionado ataque de celos, coincidiendo con los momentos de mayor apogeo del escándalo creado por una de sus horrendas novelas satánicas, Barón Biza desfiguró la cara de Clotilde con una botella de ácido y poco después se suicidó.
Recuerdo que, hace unos años, en el momento mismo de leer esto en Internet, quedé impresionado. Creí que ahí acababa esa historia espeluznante y satánica de obelisco extraño y de ácido corrosivo, pero para mi sorpresa, aún no había llegado al final. Uno de los tres hijos, Jorge Barón Biza, tenía todavía algo qué decir en la historia. Jorge publicó en 1999 El desierto y su semilla, libro en el que narra cómo fue minuciosamente reconstruido el rostro de su madre al tiempo que, en estructura paralela, trata de reconstruir la desgraciada historia de la desfigurada Argentina del siglo pasado. Según quienes lo han leído, el libro se aproxima en ocasiones a la obra maestra y, en cualquiera de los casos, el hijo se muestra muy superior, como escritor, a su depravado y macabro padre. Cuando El desierto y su semilla estaba recibiendo un alud de buenas críticas, imprevistamente su autor -al que algunos amigos míos trataron porque trabajó con ellos en el periódico Página 12 y hablan muy bien de él- se suicidó arrojándose desde la duodécima planta de una casa de pisos de la ciudad de Córdoba. Recuerdo que cuando, cada vez más impresionado, leí en Internet lo del suicidio del hijo, quedé más bien frustrado y me dije: "Qué gran pena no poder continuar leyendo. Apenas acababa de conocer la existencia de Jorge cuando se me ha matado".ENRIQUE VILA-MATAS - Enigmas variados